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Brunch, placer gourmet a deshoras
Entre huevos benedictinos, tostadas de aguacate y refrescantes bloody marys, España ha transformado el desayuno tardío en el plan más deseado del fin de semana
Olvídate de madrugar el próximo domingo. Ahora lo chic es levantarte tarde, vestirte con look desenfadado y salir a comer un mix de desayuno y almuerzo pasadas las doce. Bienvenidos al mundo del brunch, el plan gastronómico que está revolucionando las mañanas más deseadas de la semana.

De capricho de hotel a fenómeno masivo
Hace una década, “ir de brunch” sonaba a excentricidad de película americana. Era ese buffet gourmet que solo encontrabas en hoteles de lujo a precios prohibitivos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, ha pasado de ser un capricho elitista a establecerse como el nuevo deporte nacional dominical.
Hoy, ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia son auténticos templos del brunch. Cada fin de semana, hordas de millennials y zillennials llenan cafés, bistrós y restaurantes con encanto en busca de su dosis de tostadas con aguacate, huevos benedictinos y bloody marys.
¿El secreto de su éxito? Este híbrido de almuerzo y desayuno fusiona lo mejor de nuestras largas sobremesas con un toque internacional sofisticado. Como el vermú de toda la vida... pero con acento neoyorquino y estética de Instagram.

¿Dónde tomar el brunch perfecto?
De rooftops con vistas infinitas a tabernas castizas con música en vivo, España ha convertido el brunch en todo un ritual. En cada ciudad, la propuesta cambia de acento: coctelerías, terrazas, hoteles o espacios de diseño reinventan la experiencia a su manera. Ocho direcciones imprescindibles para saborear el mediodía sin prisas.
Liturgia hipster para dummies
El brunch tiene sus códigos sagrados.
Primer mandamiento: nada de madrugar. El horario canónico va de 12:00 a 14:00, pero los herejes más tunantes lo alargan hasta las 15:00.
Segundo: dress code "casual chic". Vaqueros rotos (pero impecables), gafas XXL y alguna prenda con eslogan pretencioso en inglés. Que parezca que acabas de salir de un concierto indie, aunque en realidad lleves dos horas arreglándote. Bonus points si llevas una tote bag de alguna librería independiente o de un mercado ecológico.
Tercero y más importante: prohibido pedir solo un cortado. Lo mínimo es zamparse medio menú: de los huevos rancheros al bol de açai, pasando por el bagel con salmón y las tortitas con sirope de arce. ¿La bebida? Bloody Mary para los puristas, Mimosa para los que buscan la excusa healthy, Espresso Martini para los que quieren resetear la noche anterior y Kombucha para los conversos del wellness.
Cuarto: No temblar ante el precio. Que nadie se engañe: aquí no se paga solo por comer. Con tickets medios entre 15 y 25 euros (y picos de hasta 105 euros en sitios exclusivos), lo que se cotiza no es la ejecución de los platos, sino el derecho a pertenecer a la tribu cool que convierte un desayuno tardío en una declaración de estilo.
Quinto: La foto es obligatoria. Pero cuidado: debe parecer espontánea aunque hayas reorganizado tres veces los platos. La luz natural es tu aliada, el flash tu enemigo mortal. Y recuerda: primero el stories, luego el primer bocado.

Qué beber en un brunch
El brunch tiene sus propios códigos líquidos. Aquí no valen las prisas ni los tragos apresurados: cada cóctel es una declaración de intenciones que marca el tempo de la mañana tardía.
La Mi-no-sa con Tanqueray 0.0 demuestra que el glamour no necesita alcohol: burbujas, cítricos y ese punto festivo que no pide disculpas por ser temprano. Para los que buscan despertar con carácter, el Ketel One Bloody Mary es pura alquimia dominical: tomate, especias y un buen toque de vodka ultra premium que eleva el clásico remedio anti-resaca a categoría de arte.
¿Prefieres algo más sofisticado? El Espresso Martini con Ketel One es la respuesta: café, dulzor calibrado y ese golpe de energía que transforma el letargo matutino en conversación brillante. Y cuando el sol calienta las terrazas, la Piña Colada llega como un pasaporte instantáneo al Caribe: cremosa, tropical y con esa capacidad única de convertir cualquier domingo en vacaciones.
¿Adiós a la tortilla de patata?
Hay quien dice que el brunch es una colonización encubierta. Que estamos cambiando nuestra venerada tortilla por los pancakes y el carajillo por el flat white. Algunos ven en su auge un síntoma de la gentrificación galopante: primero llegan los hipsters con sus tostadas de 15 euros, y cuando te descuidas han convertido tu bar castizo en un templo australiano del brunch.
Pero seamos realistas: el brunch no ha venido a sustituir nada, sino a darnos una opción más para disfrutar de la vida. Que mezclar costillas a la brasa con tortitas y sirope puede crear un coma gástrico, sí, pero oye, ¿quién es el guapo que le dice que no a este atracón con coartada?

Conclusión
El brunch es la evolución sofisticada y hedonista de nuestra tradicional sobremesa, con una pizca de postureo globalizado. Y aunque algunos bromeen diciendo que cada nuevo brunch encarece un poco más el alquiler del barrio, lo cierto es que se trata simplemente del tipo de fenómeno que redefine cómo disfrutamos de los pequeños placeres de la vida: todos juntos, a deshoras, en el más vistoso frenesí gourmet.
Una especie de slowlife en modo avión, sin relojes ni culpas, donde lo importante no es llegar pronto, sino saber quedarse y disfrutar.
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